Y es que algunos de los diamantes más grandes del mundo como el Cullinan o la Promesa de Lesotho muestran un conjunto de características físicas que, a ojos de los expertos, los hacen diferentes de los diamantes comunes.
Sin embargo el “cómo se formaron y lo que nos dicen sobre la geología de la Tierra ha sido todo un misterio hasta ahora”, según explica el co-autor del estudio y director de Desarrollo del GIA, Wuyi Wang.
Creados en un ‘caldo de cultivo’ metálico
Los investigadores analizaron los restos dejados tras la talla de estas piedras y descubrieron que contienen pequeñas inclusiones metálicas (hierro, níquel, carbono y azufre) que a su vez coexisten con trazas de metano líquido e hidrógeno, lo que les ha hecho deducir que su formación se gestó probablemente entre los 360 y 750 kilómetros de profundidad, lo que se conoce como el manto interior de la Tierra.
Esta profundidad es mucho mayor que en la que se suelen producir la mayor parte de los diamantes calidad gema encontrados, que se forman en la zona más inferior de la corteza tectónica a profundidades de entre 150 y 200 kilómetros.
El estudio propone que el carbón puro cristalizó en esa mezcla de líquido metálico en el manto profundo de la tierra, para formar los diamantes y, posteriormente pequeñas gotitas de este fluido quedaron atrapadas dentro de la gema a medida que crecían.
Experimentos anteriores y otras teorías ya habían predicho que las partes del manto profundo, más allá de los 250 kilómetros contienen pequeñas cantidades de hierro metálico y tienen un oxígeno disponible limitado. “Ahora, las inclusiones metálicas y las muestras de metano e hidrógeno proporcionan pruebas físicas y consistentes para apoyar estas teorías”, apuntan los investigadores.



