Y ahora esto... [el coronavirus]

No es, ni más ni menos, que un corolario de la famosa Ley de Murphy, cuyo enunciado afirma que «por mal que vaya algo, siempre es susceptible de empeorar». De manera que en un momento en el que la economía mostraba signos de agotamiento, con la consiguiente ralentización del crecimiento y aumento del paro, sin haber salido del marasmo que ha tenido aherrojadas las ventas durante años nos encontramos con que la naturaleza ha decidido poner otro clavo en la tapa de nuestros ataúdes empresariales.

Me estoy refiriendo a la aparición del coronavirus, ese infame bichito al que nuestras autoridades sanitarias mundiales, siempre proclives a utilizar terminologías oscuras en aras de no fomentar el alarmismo, han optado por llamar COVID-19 (acrónimo de Corona Virus de 2019), por idénticas razones a las que les hacen hablar de «letalidad» en vez de «mortalidad».

Es posible que aún no seamos conscientes el terrorífico daño que una epidemia así puede ocasionar en nuestras economías. En primer lugar, por cuánto supone un corte radical en las líneas de suministro de productos de fabricación provenientes del extranjero.

Pero lo más grave no es esto, sino el hecho de que una situación como está es un generador de miedo, y ese miedo trasciende hasta bloquear las líneas de compras, lo que puede asestar nuevo golpe, de incalculables consecuencias a un negocio de las características del de la joyería y relojería, basado en el gusto por la belleza y los artículos exclusivos.

Y contra esto, es especialmente cruel una amenaza de epidemia mundial.